ESCRITO POR: Dámaris Solera
Sabemos que el día de hoy, 8 de marzo, no es ningún día de celebración. Pero sí podemos -y debemos- celebrar a las mujeres que en mayor o menor medida pavimentaron el camino sobre el que hoy construimos y reivindicamos nuestras identidades.
Sabemos, además, que entre los indicadores de la identidad de una sociedad está la indumentaria, quiénes y cómo la portan. Por ello traigo esta recopilación de unos pocos ejemplos de mujeres que rompieron con viejas formas para moldear a su manera, con mayor o menor intención, la moda occidental.
Madame X

Fuente: Wikipedia.
La palidez aristocrática de Virginie Amélie Gautreau, así como su figura encorsetada, fueron resaltadas por un elegantísimo vestido negro en la mejor obra de John Singer Sargent -considerada así por el propio pintor-: ‘Madame X’. Exhibida en el Salón de París en 1884, dicha pintura y su protagonista fueron víctimas de una sociedad parisina que la consideró obscena y vulgar.
Originalmente, el cuadro retrataba uno de los tirantes caídos, detalle que escandalizó incluso por encima del escote. Sargent lo corregiría más tarde.
El vestido negro en sí, de satén y terciopelo, tampoco era raro a finales de 1880. Es cierto que no era nada bullicioso -sin más accesorios que la pequeña tiara en el pelo-, muy a diferencia de los looks mostrados en las revistas de entonces, pero estaba lejos de ser una anomalía. Así que, lo único que causó verdaderamente el escrutinio y la caída en desgracia de la imagen de Virginie fue en sí su poca piel descubierta. Además, quizá, de la forma en la que se presenta a sí misma posando: su actitud altiva que nos aparta la mirada y que la hace portadora consciente y dueña de su sensualidad mostrada, en lugar de un elemento pasivo, sumiso e idealizado. Todo ello sumado, seguramente, a los rumores de adulterio que la prensa usaba contra ella ya antes de la existencia de la obra.
Ante la respuesta tan negativa, Virginie y su madre suplicaron a Sargent que retirase el cuadro del Salón, pero éste se negó. Después, permanecería guardado en su taller durante más de veinte años antes de ser vendido al MET de Nueva York.
A día de hoy no sólo entendemos el vestido negro (o en su versión en corto como el ‘little black dress’) como una prenda elegante de manual, esencial y casi básica; sino el escote en forma de corazón con los hombros al aire como elemento realzante que no debería causar mayor escándalo. Aunque cueste darse cuenta en el mismo momento que ocurre, en la sencillez a veces se encuentra lo rebelde.
Elizabeth Smith Miller
A veces se nos olvida que para poder llevar pantalones también hubo que luchar en cierta manera. Y Elizabeth Smith Miller -harta de la moda restrictiva victoriana y de no poder trabajar en su jardín cómodamente-, fue pionera en reivindicar esta prenda para las mujeres a mediados del siglo XIX. Lo hizo diseñando los pantalones Bloomers, inspirándose en los trajes tradicionales turcos. Consistían en unas enaguas anchas que se estrechaban en los tobillos a modo de bombachos. Puesta encima iba una falda, notablemente más corta que las faldas victorianas habituales.
Fuente: Lisa's History Room
La nueva prenda, llamada también “vestido racional”, llamó la atención de Amelia Bloomer, conocida sufragista que por entonces dirigía su propio periódico de público femenino, The Lily, y cuyo apellido bautizaría más tarde a los pantalones. Los publicó recomendando su uso y bajo la premisa “para todas las mujeres con sentido común”. Los popularizó también la sufragista Elizabeth Cady Stanton.

A pesar del escándalo, las burlas e indignación que provocaron, cada vez más mujeres se atrevieron a llevarlos. Aunque momentáneamente se produjo una disminución de su uso -incluso por parte de las propias sufragistas-, manteniéndose sólo en gimnasios y sanatorios, Elizabeth y Amelia siguieron presentándose con ellos a eventos sociales. Con modificaciones en el tejido, pasando por ejemplo al tweed, y la eliminación de la falda, volverían a ganar popularidad a finales del XIX como atuendo deportivo femenino en deportes como el ciclismo, el tenis y la natación.
Mary Quant

Fuente: Harper's Bazaar
La perdimos tan sólo en abril del año pasado, y a ella le debemos la popularidad de la minifalda (y, en parte, la democratización de la moda). Tanto en Londres como en París, llegando a España, provocando en los 60s múltiples críticas puritanas y escándalo. Incluso Coco Chanel fue una de esas voces contrarias a la invención, argumentando que las rodillas “no son bonitas”.
Su tienda en Kings Road, llamada Bazaar -cuyo escaparate llegó a ser vandalizado- fue un éxito instantáneo desde 1955. Fue la primera tienda de moda juvenil en Reino Unido, y su ropa una reacción de libertad frente a las convenciones formales y la austera situación de posguerra de la que salía el país entonces. Ni siquiera la propia Mary sabía que lo que estaban creando en ese momento era pionero.
Pronto abrió una segunda tienda, continuando esa atmósfera de cambio y subversión que la acompañaba. Llegó a tener más de 100 tiendas en Londres, creó los hot pants, el vestido baby doll y puso de moda otras prendas como el skinny rib sweater y las medias de colores, que han vuelto recientemente por todo lo alto. Su trabajo fue siguiendo el ritmo cambiante de finales de los 60, sacando pantalones campana y maxifaldas.
Según sus propias palabras, Mary Quant quiso crear ropa en forma redonda, sin costuras, acompañando a la mujer, además de zapatos cómodos. No creó moda frívola, sino moda para celebrar el hecho de estar vivas. Moda como “herramienta para competir en la vida fuera de casa”.
Donyale Luna
Nacida como Peggy Ann Freeman en una familia obrera, y adoptando ‘Donyale Luna’ de adolescente, normalmente no escuchamos su nombre. Pero tiene el mérito de considerarse la primera supermodelo negra.

El fotógrafo David McCabe la descubrió en Detroit cuando ella tenía 18 años. Ya en Nueva York, al año siguiente, McCabe presentó a Donyale a la editora de Harper ‘s Bazaar Nancy White y al fotógrafo de moda Richard Avedon. Así empezó una carrera que allanaría el paso a otras modelos negras, no sin ser marcada por múltiples manifestaciones de racismo contra ella y contra cualquier mínima representación. Como fue, por ejemplo, el suceso de los periodistas escupiendo a Paco Rabanne por usar únicamente modelos negras en sus desfiles.
A pesar de que en ese momento no existían oportunidades para rostros no blancos en revistas -sólo a excepción de publicaciones especialmente dedicadas a afroamericanos, como Ebony-, Donyale Luna se convirtió en un icono con mayúsculas. La acompañó quizá positivamente la nueva obsesión con lo “exótico” de los 60s, pero no fue suficiente para frenar la discriminación ferviente de Estados Unidos.
Liberándose de esta, llegó a Reino Unido en plena Beatlemania y la oleada de las minifaldas de Mary Quant. En 1966, fotografiada por David Bailey y llevando un vestido de Chloé, se convirtió en la cara de la portada de Vogue Magazine. Dentro de la revista, posó con diseños de Christian Dior, Yves Saint Laurent y Pierre Cardin.
Ese mismo año, en París, desfiló para Courrèges, Yves Saint Laurent, Valentino y Paco Rabanne, cuando presentó la colección 12 robes importables. Llegó a visitar la casa de Salvador Dalí, que incluso la declaró como una de sus musas.
Donyale Luna perdió la vida por una sobredosis en 1979, dejando un legado y una creatividad que sigue sin mencionarse lo suficiente a día de hoy dentro de la industria de la moda.
Vivienne Westwood
A esta reina del punk la despedimos a finales de 2022. Ex maestra de primaria y moldeadora de la estética punk, su trabajo acompañó siempre sus ideales y reivindicaciones políticas.
Mientras ejercía de profesora, Vivienne seguía creando y vendiendo sus joyas. Se casó en 1962, y pronto se dio cuenta de que estaba viviendo en un “anticuado cuento chino”. Sabía el potencial que tenía que ofrecer al mundo y decidió aprovecharlo.
Es en este momento que conoce a Malcolm McLaren y se produce el estallido, como relata la propia Vivienne. Antes de ellos, no existía el punk como lo entendemos ahora: una respuesta al movimiento hippie y a los estándares sociales, contrario al sueño americano y acogiendo a los jóvenes que se sentían despreciados y sin futuro. Fundaron juntos su tienda -la cual pasó a llamarse Sex en 1963-, que fue contracultura en su esplendor reflejada a través de la moda.

Casi como predecesora del DIY, Vivienne creó prendas desgarradas y customizadas con mensajes de rebeldía, además de ropa de látex, inspirándose en el sentimiento de la música rock, en los motoristas y en la estética BDSM. McLaren comenzó entonces como manager de los Sex Pistols, que llevaron diseños de Vivienne y dieron aún más visibilidad.
Con la colección Pirate otoño / invierno 1981-82, debutaron en la pasarela. A esta le siguieron Punkature, Clint Eastwood y Witch. A partir de aquí, Vivienne empieza a diseñar en solitario, sacando Time Machine en 1988 e introduciendo en su trabajo el Harris Tweed. Es de ahí de donde saca la orbe -añadiéndole un anillo de Saturno-, que sería el símbolo por excelencia de Vivienne Westwood.
Dándole siempre su toque único, parodiando el buen gusto y presentando moda genderless, homenajeó la era eduardiana, el ballet ruso, la estética tatler o la era victoriana. Cogió elementos y mensajes de generaciones anteriores y los desgarró y reinterpretó para hacerlos suyos, como el tartán escocés o cortes del siglo XVII y XVIII. Una de sus creaciones más características fue la combinación de la crinolina, símbolo de la restricción de la mujer, con la minifalda, símbolo de su liberación, resultando en el mini-crini.
Para Vivienne, el punk era un “cambio social a través de la acción radical”. Nunca dejó de ser consecuente con sus ideales, defendiendo el feminismo, el ecologismo, a la comunidad LGTB o al pueblo palestino, entre otras causas. Y aunque la industria de la moda tardase 20 años en reconocerla, tuvo el honor de ganar dos veces el premio de diseñadora del año, y la recordamos con toda la admiración que un símbolo como ella se merece.
Tracey ‘Africa’ Norman
Icono de los inicios de la representación trans en los medios convencionales, desde niña tuvo clara su identidad, tomando como modelos a seguir a las mujeres de su alrededor. Comenzó a trabajar como modelo en desfiles locales en su ciudad, Newark, y fue perfeccionando su runway walk hasta que fue descubierta por el fotógrafo Irving Penn. Gracias a ello, firmó con Vogue Italia para una sesión de fotos, y más adelante con una de las principales agencias de modelos de Nueva York. La presentaban como una versión más joven de Beverly Johnson, y continuaría desarrollando su carrera, llegando a aparecer en una caja de tinte de Clairol y firmando un contrato con Avon.

Fuente: People.
Sin embargo, hasta este momento mantuvo en secreto su identidad como mujer trans. En sus propias palabras, la cinta adhesiva se convirtió en “su más leal acompañante”. Lo ocultó con cuidado hasta que en 1980, durante una sesión de fotos para Essence, una asistente lo reveló sin su consentimiento al director de la revista. Inmediatamente, Tracey fue totalmente desterrada y olvidada por la industria; la despidieron de su agencia y Essence ni siquiera pagó lo que le correspondía por la sesión.
Volvió a Newark con su madre y después se mudaría a Italia y a París, pero sin mucha suerte. Allí trabajó en The Palace y firmó un contrato de 6 meses con Balenciaga, antes de regresar a Nueva York y encontrar una nueva agencia de modelos. Es en este momento que se sumerge en la escena del drag y el ballroom, llegando a ganar múltiples premios y encandilando a toda su comunidad. Ahí obtiene su apodo “Africa”.
No fue hasta 2015 que Tracey fue redescubierta como modelo, y su carrera revitalizada a partir de un artículo en New York Magazine donde pudo contar su historia. Laverne Cox y Lea T, entre otras celebrities transgénero, la catalogaron como “musa”, y comenzó a recibir como nunca el reconocimiento que tanto se merece. Incluso se convirtió, nuevamente, en imagen de Clairol.

